Ah, tus largas pestañas,
el agua oscura de tus ojos.
Déjame hundirme en ellos,
descender hasta el fondo.
Como baja el minero a la profundidad
y oscila una lámpara muy tenue
sobre la puerta de la mina,
en la umbría pared,
así voy yo bajando
para olvidar sobre tu seno
cuanto arriba retumba,
día, tormento, resplandor.
Crece unido en los campos,
donde el viento reside, con embriaguez de mieses,
el alto espino delicado
Contra el celeste azul.
Dame tu mano,
y deja que creciendo nos unamos,
presa de todo viento,
vuelo de aves solitarias.
que en verano escuchemos
el órgano apagado de las tempestades,
que nos bañemos en la luz de otoño
sobre la orilla de los días azules.
Alguna vez iremos a asomarnos
al borde de un oscuro pozo,
miraremos el fondo del silencio
y buscaremos nuestro amor.
O bien saldremos de la sombra
de los bosques de oro
para entrar, grandes, en algún crepúsculo
que roce tu frente con suavidad.
Divina tristeza,
ala de eterno amor,
alza tu cántaro
y bebe de este sueño.
Una vez alcancemos el final
adonde el mar de manchas amarillas
calladamente invade la bahía
de setiembre,
reposaremos en la casa
donde las flores escasean,
en tanto entre las rocas
tiembla un viento al cantar.
Pero del blanco álamo
que hacia el azul se eleva
cae una hoja ennegrecida
a descansar sobre tu nuca.
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