En un lugar, a tres horas
del papamoscas de Burgos,
había un padre muy bestia
que tuvo un hijo muy bruto.
Pero los dos tan zopencos
que muchas veces el vulgo,
sin reparar las edades,
tomó el otro por el uno.
Tales padres tales hijos,
dijo el papá al ver su fruto,
que a no nacer tan mostrenco
dudara que fuera suyo.
Y en pensarlo fue dichoso;
mas yo no le alabo el gusto,
porque una oveja muy clara
pare un cordero muy turbio.
A ser aspiraba el mozo
un abogado profundo,
y cumplió los veinticinco
sin dedicarse al estudio.
Por fin al cabo de un año
de meditación y ayunos,
y reprensiones del dómine
que rayaban en insultos;
aprendió mi buen manzámpulas
con admiración del mundo,
del catecismo de Astete
hasta las comas y puntos.
En las cuentas quedó siempre
tan atrasado el cazurro,
que apuntaba seis, sumando
tres hombres con dos besugos.
Pero calculando el padre
por la estatura el discurso,
mandó a su nene a la corte
a proseguir sus estudios.
Entró en la corte el mancebo
luciendo su cuerpo curro,
con el gabán abrochado
el veinticinco de julio.
Cada vez que de su pueblo
venía a Madrid alguno,
tenía carta del padre,
lo cual apreciaba mucho.
Y aunque en perversos palotes,
con letras como almendrucos,
la contestación firmaba
toda de su letra y puño.
Pero pasaron seis meses
sin que paisano ninguno,
como un tiempo visitara
de esta capital los muros.
Y así la correspondencia
tuvo que cambiar de rumbo,
y fiaron al correo
ambos los secretos mutuos.
Sin duda nuevas vinieron
a Madrid de mucho bulto,
cierto día que en correos
todo era gresca y barullo.
Mas no fue que de la España,
se pronunciara algún punto
por república aristócrata,
o popular estatuto.
Fue que una carta venía,
de la que fue patria un día
de las babuchas del Cid,
y cuyo sobre decía:
«Para mi hijo, en Madrid.»
Esto sólo era la causa
del destemplado murmullo:
unos decían «¡Qué estólido!»;
otros decían «¡Qué estúpido!»
Cuando a la ventana dieron
dos golpes morrocotudos
y volvió, mal que pesara,
la gravedad a su punto.
Abrieron la ventanilla
y vieron un mozo esdrújulo,
que tenía siete cuartas
desde la cabeza al muslo.
El cual, con perdón de ustedes,
iba comiendo un mendrugo,
vestido de cortesano,
muy elegante y muy pulcro.
Quedó encarado en la gente,
cerca de cinco minutos,
y dijo con mucha calma
después de hacer un saludo:
«¿Tengo carta de mi padre?»
-Y sin pararse un segundo
le dio el oficial la carta;
diciendo con ceño adusto:
«No soy ducho en acertijos;
pero aquí no cabe plagio;
tenga usted, que hay datos fijos;
pues como dice el adagio,
tales padres, tales hijos.»
Tomó la carta el mancebo
muy contento de su triunfo,
y leyó lo que yo a ustedes
copiaré punto por punto.
«Cuatro cartas te he escribido
con esta, querido Andrés;
y esta la pongo aburrido
de no haber aún recibido
contestación más que a tres.
Quizá no llegue a ese centro;
mas yo que soy viejo verde
y a todo remedio encuentro,
por si acaso esta se pierde
te incluyo una copia dentro.
Que estés gordo no me asusta,
aunque tal vez no te sacias
de Pepas y Bonifacias;
mas dime si eso te gusta:
mi salud buena, a Dios gracias.
Este papel borroneo
por saber con amplitud,
si estás en ese recreo,
con la completa salud
que yo para mí deseo.
Aquí estamos mal, amigo;
pero por más que me incites
de patria nada te digo,
pues no quiero que visites
la casa de poco trigo.
A mí nada me contrista;
siempre del que manda soy,
que acá el que tiene no chista,
y yo me hallo el día de hoy
más rico que un contratista.
No temo rayos ni truenos
como los temí otras veces;
pues veo auspicios tan buenos,
que pienso coger lo menos
dos celemines de nueces.
Si de una heredad sembrada,
en terreno de Betanzos,
no cojo esta temporada
tres fanegas de garbanzos,
creo que no cojo nada.
Ya ves si puedo andar mal;
y no presumas que es todo
riqueza territorial:
yo me alegro en cierto modo
de que algo sea industrial.
Tu mamá, que es en el mundo
el imán de mis hechizos,
el día de San Facundo
me dio a luz cuatro mellizos,
ya ves si el año es fecundo.
Víctima la vi segura
de los médicos bolonios;
pues tal fue su calentura,
que si no lo impide el cura
se la llevan los demonios.
Y me echo al pescuezo el nudo
si deja su cuerpo yerto
de la muerte el golpe crudo:
no porque ella hubiera muerto,
sino por no verme viudo.
Pues ¿dónde el hombre halla goce
sino en la mujer querida?
La mujer es nuestra vida;
ninguno la reconoce
hasta que la ve perdida.
La dio en el parto un temblor,
y dijo, arrugando el gesto,
que no volverá su amor
a sufrir tanto dolor...
hasta otra vez, por supuesto.
Adiós y vive en tus glorias;
yo entiendo que allá y aquí
nadie sabrá mis historias;
pero da a todos memorias
los que pregunten por mí.
Por inútil no diré
que está a tu disposición
este que desea, a fe,
verte pronto el corazón,
tu padre querido... A. P.»
Posdata.
«Y firmo con iniciales
no abran esta carta mía,
y me echen a los canales;
pues sabes que hay en el día
cosas muy originales.
No es tu talento tan largo
que entienda de aes ni pes.
Te lo diré, sin embargo,
para tu gobierno, Andrés;
pero... el secreto te encargo.
¿Yes la A donde firmé,
que es la del lugar primero?
Pues Antón decirte quiero
y Perulero en la P;
total, Antón Perulero.
Chico, tu silencio me harta;
escribe aunque no te cuadre:
mas si algo tu pluma ensarta
para guiar bien la carta,
pon solamente 'A mi padre'.»
Y aquí se acabó la carta
y aquí el romance concluyo,
que bien habrá molestado
por eterno y por insulso.
Mas si he cansado, aprovecho
el buen asonante en uo,
para pedir mil perdones
al salón del Instituto.
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