Lento el carmín, cayó de su mejilla.
Ya se apagó ese pétalo de fuego.
Ya no es la sangre más desasosiego
que el de saberse quieta y amarilla.
Aquella de antes, ágil y sencilla,
es esta dura realidad de luego.
Jugó la rosa a terminar. Yo juego
a lamentar su lenta maravilla.
Ahora todo es igual de diferente:
la llamarán como antes la llamaban,
la olvidarán inolvidablemente...
En un principio fue lo que se acaba.
Sigue siendo lo mismo. Solamente
que ya no está una rosa donde estaba.
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