Por lo que te he ofendido, dulce cariño mío,
quiero ser a tu anhelo cual sería el rocío:
tierna, dócil y humilde como el agua que mana
y se ofrece a las llagas de la miseria humana.
Yo enseñaré a mis manos a ser mansas contigo,
tal como las entrañas sonrosadas del higo,
para que te acaricien con tan suave caricia
como la voz del ave de la blanca novicia.
Yo enseñaré a mis plantas a que pisen tan quedo
como el viento que mueve las hojas del viñedo,
ya mis claros cabellos a quebrarse en tus manos
como frágiles tallos de lirios franciscanos.
Apoyaré mis dedos sobre tu excelsa frente
y será mi caricia sosegada corriente
para que fertilice tu pensamiento bello
y haga brillar tus ojos con singular destello.
Seré quieta y humilde como la arena rubia
y rozaré tus labios como agua de la lluvia
para llenar las horas del dulzor de las vidas,
hasta que tú perdones y para siempre olvides.
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