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miércoles, 6 de marzo de 2013

Paisaje animado de espacio (2)


Asomando a la noche en la terraza 
de un rascacielos altísimo y amargo 
pude tocar la bóveda nocturna 
y en un acto de amor extraordinario 
 me apoderé de una celeste estrella. 

 Negra estaba la noche 
 y yo me deslizaba por la calle 
con la estrella robada en el bolsillo. 

 De cristal tembloroso parecía 
y era de pronto como si llevara 
un paquete de hielo 
o una espada de arcángel en el cinto. 

 La guardé temeroso debajo de la cama 
para que no la descubriera nadie, 
 pero su luz atravesó primero la lana del colchón, 
 luego las tejas, el techo de mi casa. 

 Incómodos se hicieron para mí 
los más privados menesteres. 

 Siempre con esa luz de astral acetileno 
 que palpitaba como si quisiera regresar a la noche, 
yo no podía preocuparme de todos mis deberes 
y así fue que olvidé pagar mis cuentas 
 y me quedé sin pan ni provisiones. 

 Mientras tanto, en la calle,
 se amotinaban transeúntes, 
mundanos vendedores atraídos sin duda 
 por el fulgor insólito que veían salir de mi ventana. 

 Entonces recogí otra vez mi estrella, 
 con cuidado la envolví en mi pañuelo 
y enmascarado entre la muchedumbre 
 pude pasar sin ser reconocido. 

 Me dirigí al oeste, al río Verde, 
 que allí bajo los sauces es sereno. 

Tomé la estrella de la noche fría 
 y suavemente la eché sobre las aguas. 

 Y no me sorprendió que se alejara 
como un pez insoluble moviendo 
en la noche del río su cuerpo de diamante.

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