Los ojos tristes, de llorar cansados,
Alzando al cielo su clemencia imploro;
Mas vuelven luego al encendido lloro,
Que el grave peso no los sufre alzados.
Mil dolorosos ayes desdeñados
Son ¡ay! tras esto de la luz que adoro;
Y ni me alivia el día, ni mejoro
Con la callada noche mis cuidados.
Huyo a la soledad, y va conmigo
Oculto el mal y nada me recrea;
En la ciudad en lágrimas me anego.
Aborrezco mi ser y aunque maldigo
La vida, temo que la muerte aún sea
Remedio débil para tanto fuego.
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