Belisa, ¡cuán hermoso
es ver de rubias mieses coronado
un terreno espacioso,
de arbustos rodeado
y flores olorosas esmaltado!
¡Cuán dulce el arroyuelo,
que con curso apacible retorcido
riega al ameno suelo,
y halagando el oído
convida al sueño con su lento ruido!
¡Cuán gracioso parece
el pájaro en el árbol ir saltando,
que en la rama se mece,
y que está requebrando
a su amada, canciones entonando!
¡cuán grato es ver hinchadas
las velas de un convoy muy numeroso,
y que las aceradas
proas al mar furioso
dividen con un surco prodigioso!
Pero más lisonjero
que el campo, que el arroyo, más que el ave,
más que el convoy ligero,
y a mi alma más suave,
es gozar de tu pecho, que amar sabe,
y en tus brazos preciosos
hallar todos los gustos reunidos;
esos gustos sabrosos,
y tan apetecidos,
que adormecen al punto los sentidos.
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