La mañana irisada, como fino cristal
Se curvó sobre el ancho campo reverdeciente.
A la abismal succión del azul transparente,
Agriétase la carne de un ansia germinal.
Y a la blondez purísima de su desnudez tierna,
La mísera corteza se nos cuartea en congoja,
Y un sollozo nos sube desde la honda cisterna
En sombra donde el párpado su penitencia moja.
El dolor de las alas imposibles
Nos curva más bajo el cansancio irredimible
Que se adhiere a la carne dolorosa:
Y en la punta de una hoja, radiante y temblorosa,
La gota de rocío
Nos finge aquella lágrima inefable
En que, por fin, pudiera el alma miserable
Volcar la última gota amarga del hastío.
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Versos muy cursi y empalagosos.
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