Era un maldito, lo admito,
Y siempre ebrio hasta que se quedó sin plata.
Su pelo le colgaba por un lazo de
una Corona Veneris. Sus ojos, mudos
como prisioneros en sus cavernosas hendeduras, estaban
fijos en actitudes de desesperación.
Ustedes que, Dios los bendiga, jamás han caído tanto,
Lo censuran y oran por él que sí había caído;
y con sus flaquezas lamentan los versos
que el tipo hacía, acaso entre maldiciones,
acaso en el colmo de la ruina moral,
pero los escribía con sinceridad;
y al parecer sentía un dolor acrisolado
al cual la virtud de ustedes no puede llegar.
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